EL DIVORCIO COMO LIBERACIÓN
El tema del divorcio suele generar incomodidad e incluso resistencia, pero es importante reflexionarlo desde la perspectiva del bienestar emocional y la salud mental, más aún en un contexto social donde todavía persisten ideas rígidas sobre las relaciones de pareja. Aunque en ocasiones se ha considerado que divorciarse es un fracaso, una decisión traumática o una ruptura que “descoloca” a los hijos, lo cierto es que muchas de estas creencias responden a mitos muy arraigados. Se asume que una pareja debe durar “toda la vida” y que separarse implica haber perdido algo, especialmente si en la familia de origen también hubo separaciones. Pero esta visión simplifica en exceso realidades mucho más complejas. La pregunta clave es:¿Qué sentido tiene sostener una relación en la que no hay respeto, comunicación, afecto, aceptación o confianza? En consulta, algunas personas comentan que permanecen en relaciones que no les hacen bien por miedo a estar solas, por la inversión emocional o material realizada, o por creencias tradicionales que asocian la continuidad de la pareja con un mandato moral o religioso. Otras se mantienen por dinámicas aprendidas, como la idea de que “ceder siempre es lo correcto”, aunque eso suponga renunciar a uno mismo. El problema aparece cuando el vínculo se convierte en un espacio donde predominan las invalidaciones, la falta de comunicación, el menosprecio o patrones relacionales desequilibrados. Quien adopta un rol más complaciente puede acumular frustración y autorresponsabilidad excesiva, hasta que llega un punto en el que esa tensión estalla. Y, paradójicamente, a menudo se etiqueta a esa persona como “problemática”, sin tener en cuenta todo lo sostenido previamente. Es más fácil señalar a quien expresa la emoción de forma visible que cuestionar los comportamientos sutiles —pero igual de dañinos— que han erosionado el vínculo: actitudes pasivo-agresivas, sarcasmos, frialdad, descalificaciones encubiertas o dinámicas que, sin ser siempre evidentes, generan un desgaste profundo. Todo ello puede derivar en lo que llamamos vínculo traumático, donde la persona empieza a comprender, con perspectiva, el impacto real de aquello que ha ido asumiendo durante años. Por eso, más que hablar de “fracaso”, es necesario entender el divorcio también como una vía legítima de protección personal, recuperación de la dignidad psicológica y reconstrucción del proyecto vital. Como suelo recordar en consulta, es fundamental que desde los centros educativos se trabaje la educación emocional y afectivo-sexual: aprender a comunicarse de forma asertiva, reconocer señales de relaciones sanas y no sanas, expresar emociones y evitar dinámicas de dominancia, dependencia o lucha de poder en la pareja. En definitiva:¡Hace falta educación para la vida!Para que las personas puedan construir vínculos más libres, respetuosos y conscientes, y para que la separación —cuando es necesaria— no se viva desde la culpa, sino desde la coherencia y el autocuidado.

